Plaza de la Hoz, esto es el resultado de la progresiva e imparable digitalización de la sociedad y de las
diversas funcionalidades que tienen las TIC de informar, comunicar, interactuar, entretenerse, generar sus
propios contenidos, etc.(26) Según un estudio poblacional reciente, el 90 % de los adolescentes chilenos
mayores de 13 años tiene móvil y accede con frecuencia a las redes sociales WhatsApp, YouTube, Tik
Tok e Instagram. El tiempo de conexión supera las cuatro horas y el 50 % plantea haberse quedado sin
tiempo para realizar actividades escolares, familiares y deportivas por estar conectado a internet. (27) En el
caso de los adolescentes cubanos encuestados en el presente estudio el tiempo de conexión se encuentra
mayormente entre las 2 o 3 horas.
Además, se observó que las mujeres hacen un mayor uso de las redes sociales, mientras que en los varones
predomina en el uso de los videojuegos, sin menospreciar el uso frecuente de las redes sociales. Esto
advierte del uso extendido de las redes sociales en este grupo poblacional, donde se satisfacen necesidades
de tipo emocional, relacional y social. Al respecto, Espinel-Rubio,(28) considera que las redes sociales
satisfacen de forma sofisticada las necesidades sociales y de estima del ser humano descritas en la jerarquía
de las necesidades de Abraham Maslow.
En la investigación dirigida por Haro et al.,(29) se encontraron diferencias de género para la mayoría de los
usos del móvil. Las mujeres utilizaron más servicios como llamadas, mensajería, redes sociales, música,
actividades académicas, edición de documentos, ocio, mapas y navegación, salud y calendario. Los
hombres, por su parte, usaron más el móvil para buscar información, jugar a videojuegos, a juegos de azar
en línea, hacer apuestas deportivas y ver pornografía.
Se encontró como generalidad niveles bajos de dependencia al móvil, lo cual coincide con la investigación
de Pérez-Sánchez y Dodel.(30) Estos autores reportaron que, aun cuando se podía caracterizar como bajo el
uso problemático del móvil, existía una marcada dispersión de los datos, pudiendo identificarse individuos
que no exhibían un uso problemático, a diferencia de otros que lo practicaban en alto grado. Álvarez-
Menéndez y Moral-Jiménez,(31) también encontraron esta baja prevalencia en el uso problemático del
teléfono móvil y asumieron que ello puede deberse al hecho de que la conducta adictiva tiende a
minimizarse en los autoinformes.
En cuanto a la percepción de dependencia, evaluada mediante una pregunta de intervalo, los resultados son
coherentes con lo reportado por los adolescentes en el Test de Dependencia al Móvil (TDM): perciben su
nivel de dependencia como bajo. Este resultado contrasta con el estudio de Luján-Barrera y Denís-
Cácaro,(20) en el que la autopercepción de adicción de los adolescentes y jóvenes de la muestra fue media-
alta, siendo 7 la respuesta más frecuente.
En el test de dependencia al móvil, uno de los ítems que más puntuó en la opción de respuesta «muchas
veces» fue el 6, el cual hacía referencia al poco tiempo dedicado al sueño por permanecer conectado con
el móvil. Aunque en el estudio no se indagó sobre la existencia de trastornos del sueño en los adolescentes,