En este sentido, al igual que muchos países latinoamericanos, la separación de los padres es una
experiencia común entre los adolescentes peruanos. La separación y el divorcio de los padres, es una
experiencia adversa entendida como un factor de riesgo potencial de problemas de salud mental en la
adolescencia.(8,13) De hecho, si la separación y el divorcio sucede en etapas iniciales de desarrollo (0-4
años), las probabilidades y prevalencia de intentar quitarse la vida alguna vez y pensamientos de suicidio
son más altas en la etapa de la adolescencia y la adultez.(31) Mientras que un metaanálisis reciente sobre
los efectos a largo plazo del divorcio de los padres en la salud mental, se evidenció que los adolescentes
tienen mayores probabilidades de experimentar síntomas depresivos, ansiedad generalizada, angustia
psicológica, consumo de alcohol, tabaco y drogas, intento de suicidio e IS.(32) Una probable explicación,
es que los adolescentes con padres separados y divorciados, suelen experimentar sentimientos de
vergüenza por la condición de sus padres y ocultar esta situación a sus profesores y compañeros de clases,
especialmente esto último para evitar burlas o rechazos.(33) Aquellas conductas de evitación, conducen a
que experimenten sentimientos de soledad, diferencias con sus otros pares y confusión sobre su vida
familiar, en un contexto desfavorable para la búsqueda de apoyo profesional.(13) La transición de la visita
a cada casa del progenitor, cambios de escuelas y residencia, desvincularse con amistades forjadas en la
residencia del padre o madre, conflictos entre los padres en relación a la tenencia y economía, extrañar a
uno de los padres al pasar tiempo con el otro, comunicación inadecuada con ambos o uno de los padres,
sentimientos de estar atrapados o ser una carga, pueden afectar a la vida diaria en sus relaciones,
rendimiento académico y problemas de salud mental.(33,34)
En este contexto, dado que la IS es considerado un paso previo a la emisión de una planificación o intento
de suicidio, las implicancias del estudio se encuentran vinculadas a la escuela y familia. Los profesores
y tutores deben tener conocimientos sobre los cambios en la estructura familiar de sus alumnos y brindar
el apoyo necesario a través de entrevistas individuales y familiares, favorecer la inclusión del alumno en
grupos de trabajo y sesiones educativas sobre salud, familia y adolescencia. El psicólogo educativo puede
considerar las acciones anteriores, pero también debe reforzar las escuelas de padres en la resolución de
problemas, comunicación familiar y pautas de crianza saludables; y promover mayor psicoeducación
sobre las funciones favorables de los padres de familia y la salud mental del adolescente.
Por otro lado, a pesar de las fortalezas del estudio, como su método estadístico y el considerable tamaño
de muestra del grupo de adolescentes con padres separados y divorciados, es oportuno mencionar algunas
limitaciones. En primer lugar, los hallazgos del estudio no permiten inferir causalidad de la IS y estado
civil de los padres, dada la naturaleza transversal de los datos. Además, se desconoce si otras variables
vinculadas a la estructura familiar (p. ej., problemas de comunicación entre los padres, violencia
intrafamiliar, etcétera) pueden ser elementos importantes en esta relación. En segundo lugar, los
participantes fueron seleccionados a partir de un muestreo por conveniencia, lo cual no puede ser
representativo a toda la población adolescente, que incluye las diferencias culturales entre los
departamentos y, más aún, a otras etapas de desarrollo como la niñez y adultez. En tercer lugar, los
resultados se basaron en adolescentes con padres separados, divorciados, casados y convivientes,
probablemente considerar padres fallecidos o no conocer a ninguno, sean resultados diferentes, y es una
recomendación para futuros estudios.