cambios en la motivación, la personalidad, regulación afectiva, entre otras. En 1944 Goldstein incorporó
a la capacidad del lóbulo frontal la “actitud abstracta”, la iniciación y flexibilidad mental.[10]
Luria es considerado como antecesor directo del concepto, ya que propuso tres unidades funcionales del
cerebro: la primera la llamó alerta-motivación donde participa el sistema límbico y reticular; la segunda
recepción, procesamiento y almacenamiento de la información donde trabajan las áreas corticales
postrolándicas; y la tercera la denominó programación, control y verificación de la actividad, relacionada
con la actividad de la corteza prefrontal y le atribuyó un papel ejecutivo.[11,12]
Michael Posner planteó en 1975 el término “control cognitivo”, para referirse a un aspecto del sistema
atencional que permite focalizar la atención en aquellos elementos deseados del ambiente. Años más tarde
fue denominado red ejecutiva.[13]
No obstante, no es hasta 1982 que se comienza a utilizar el término funciones ejecutivas acuñado por
Lezak,[14] quien las define como aquellas capacidades mentales necesarias para la formulación de metas,
planificación de cómo lograrlas y la ejecución de los planes de manera efectiva.[11]
Por su parte Baddeley dio nombre al síndrome disejecutivo, relacionándolo con dificultades en la iniciativa,
la planeación, la atención, la inhibición de comportamientos inapropiados, así como la flexibilidad y
fluidez verbal. Este síndrome fue descrito por primera vez en adultos con enfermedad de Alzheimer.[10]
El trabajo de estos autores considerados clásicos ha contribuido a una mayor profundización en el estudio
de lo que se conoce como funciones ejecutivas, constituye una base teórica bien fundamentada en la que
apoyarse otros investigadores interesados en el tema.
Desde entonces hasta la actualidad, la FE se relaciona con el funcionamiento de los lóbulos frontales, y
específicamente con la corteza prefrontal (CPF),[1,7,10,15] zona del cerebro con un desarrollo más sofisticado
y con un papel crucial en el desarrollo de distintas habilidades cognitivas, emocionales y sociales.[15] La
misma está compuesta por diferentes áreas funcionales.
En el 2017, Carlén propuso una nueva clasificación mucho más completa, donde la división funcional tiene
mayor especificidad e identifica seis estructuras: 1) corteza prefrontal dorsolateral relacionada con la
retención temporal de información para tareas relevantes, 2) corteza prefrontal dorsomedial que permite el
manejo complejo de la información social (teoría de la mente, juicios morales y empatía), 3) corteza órbito
frontal relacionado con la asociación de estímulos (gusto, tacto, olfato) con otros para producir
representaciones de la recompensa esperada. A nivel verbal pueden influir en las representaciones afectivas
como mecanismo de influencia de la cognición en la emoción. Está relacionada con los mecanismos de la
depresión, 4) corteza prefrontal ventrolateral que ejerce el control de los mecanismos que permiten acceder
estratégicamente a la memoria, y de esa manera traer a la mente el conocimiento necesario para las acciones
y metas en curso, 5) corteza prefrontal ventromedial que incluye aspectos adaptativos tales como la toma