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Por lo tanto, compromete la vida de la persona portadora del virus y, como
consecuencia de ese organismo patógeno, el paciente enferma y finalmente fallece,
sobre todo si se encuentra transitando por la tercera edad o presenta afecciones
crónicas no transmisibles (hipertensión arterial, diabetes mellitus, trastornos
cardiovasculares, asma bronquial), que se descompensan cuando el virus entra en
contacto con dichas enfermedades.
Según las medidas higiénico-sanitarias adoptadas por el Ministerio de Salud Pública de
la República de Cuba, se debe minimizar el contagio de persona a persona con la
prohibición de besos, abrazos, estrechones de manos u otras manifestaciones afectivas
que puedan poner en riesgo la salud y la vida; evitar las aglomeraciones públicas;
permanecer en el hogar el mayor tiempo posible y salir a la calle solo cuando sea
estrictamente necesario, etcétera.
Después de hacer estas reflexiones básicas indispensables, veamos cómo la Psicología
(o ciencia del espíritu, como la calificara José Martí, una de las piedras fundacionales
de esa disciplina científico-social en nuestro país), puede ayudarnos a luchar contra
ese flagelo que amenaza la integridad bio-psico-socio-espiritual de ese mestizo único e
irrepetible, que vive, ama, crea y sueña en la mayor isla de las Antillas o fuera de
nuestras fronteras geográficas.
Ante todo, se debe aclarar la diferencia esencial que existe entre el temor como
expresión legítima del sentido freudiano de conservación y el miedo, como resultado
de un estado emocional enfermizo, que se puede convertir en un boomerang para
quien lo padece.
Según la clasificación elaborada por el ilustre psiquiatra hispano-cubano don Emilio
Mira y López, la ansiedad es el miedo a lo conocido y la angustia el miedo a lo
desconocido. El temor es una reacción emocional completamente normal, mientras
que el miedo, expresado en forma de ansiedad o angustia, deviene una emoción
negativa que paraliza al hombre y, en ocasiones extremas, lo coloca delante de
situaciones que le pueden costar la vida.
De ahí que, como acuciosa medida de salud mental, se debe evitar a toda costa darles
cabida en nuestra psiquis al miedo, a la ansiedad, a la angustia, al estrés,
desencadenados por el coronavirus.
La palabra de orden no es el miedo, y mucho menos el pánico, sino la responsabilidad
para cuidar de nosotros y del otro.
Entre otros asuntos de puntual interés, se debe tener en cuenta que el cerebro (o
sistema nervioso central) es el rector del organismo humano y que todo lo que afecta
al cuerpo tiene su repercusión inmediata en las esferas afectivo-espiritual y conativa.