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Dr. Jesús Dueñas Becerra
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Socio Honorario, Scuola Romana Rorschach. Roma, Italia.
Recibido: 21/01/2020
Aceptado: 22/01/2020
La mejor vacuna contra la COVID-19 es la prevención.
DR. FRANCISCO DURÁN GARCÍA
La relación psicología-COVID-19 es evidente desde cualquier punto de vista en que se
analice la compleja situación epidemiogénica que, en relación con el azote del
coronavirus padece, no solo el archipiélago cubano, sino la mayoría de las naciones
del orbe.
De acuerdo con expertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la pandemia
que mantiene en vilo al mundo entero se trata de un virus letal que, con un desarrollo
insidioso ataca, fundamentalmente, el sistema respiratorio, deja indefenso el sistema
inmune, mientras que, en la evolución clínica que lo caracteriza, va destruyendo el
equilibrio bio-psico-sociocultural y espiritual en que se estructura la salud del hombre.
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Por lo tanto, compromete la vida de la persona portadora del virus y, como
consecuencia de ese organismo patógeno, el paciente enferma y finalmente fallece,
sobre todo si se encuentra transitando por la tercera edad o presenta afecciones
crónicas no transmisibles (hipertensión arterial, diabetes mellitus, trastornos
cardiovasculares, asma bronquial), que se descompensan cuando el virus entra en
contacto con dichas enfermedades.
Según las medidas higiénico-sanitarias adoptadas por el Ministerio de Salud Pública de
la República de Cuba, se debe minimizar el contagio de persona a persona con la
prohibición de besos, abrazos, estrechones de manos u otras manifestaciones afectivas
que puedan poner en riesgo la salud y la vida; evitar las aglomeraciones públicas;
permanecer en el hogar el mayor tiempo posible y salir a la calle solo cuando sea
estrictamente necesario, etcétera.
Después de hacer estas reflexiones básicas indispensables, veamos cómo la Psicología
(o ciencia del espíritu, como la calificara José Martí, una de las piedras fundacionales
de esa disciplina científico-social en nuestro país), puede ayudarnos a luchar contra
ese flagelo que amenaza la integridad bio-psico-socio-espiritual de ese mestizo único e
irrepetible, que vive, ama, crea y sueña en la mayor isla de las Antillas o fuera de
nuestras fronteras geográficas.
Ante todo, se debe aclarar la diferencia esencial que existe entre el temor como
expresión legítima del sentido freudiano de conservación y el miedo, como resultado
de un estado emocional enfermizo, que se puede convertir en un boomerang para
quien lo padece.
Según la clasificación elaborada por el ilustre psiquiatra hispano-cubano don Emilio
Mira y López, la ansiedad es el miedo a lo conocido y la angustia el miedo a lo
desconocido. El temor es una reacción emocional completamente normal, mientras
que el miedo, expresado en forma de ansiedad o angustia, deviene una emoción
negativa que paraliza al hombre y, en ocasiones extremas, lo coloca delante de
situaciones que le pueden costar la vida.
De ahí que, como acuciosa medida de salud mental, se debe evitar a toda costa darles
cabida en nuestra psiquis al miedo, a la ansiedad, a la angustia, al estrés,
desencadenados por el coronavirus.
La palabra de orden no es el miedo, y mucho menos el pánico, sino la responsabilidad
para cuidar de nosotros y del otro.
Entre otros asuntos de puntual interés, se debe tener en cuenta que el cerebro (o
sistema nervioso central) es el rector del organismo humano y que todo lo que afecta
al cuerpo tiene su repercusión inmediata en las esferas afectivo-espiritual y conativa.
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En síntesis, todo lo que afecta anímicamente al homo sapiens tiene resonancia
inmediata en su esquema corporal.
Por otra parte, la depresión, casi siempre asociada a la ansiedad, la angustia, el
estrés, y como consecuencia de la posibilidad real o potencial del contagio viral, torna
muy sensible y vulnerable el sistema inmune, lo cual favorece no solo la expansión del
coronavirus por todo el organismo, sino también su maquiavélica labor de zapa.
Es por ello necesario que prevalezca en la población insular un comportamiento
maduro y responsable, que implique un NO categórico a la depresión y un rotundo a
la vida, a la salud.
Por lo tanto, si nos dejamos llevar por el miedo, la ansiedad, la angustia, el pánico, el
estrés, que tanto daño le hacen a la tríada cuerpo-mente-alma, nuestros
pensamientos se tornarán muy negativos, y en esa misma forma, saldrán al espacio, y
el universo nos los devolverá de igual manera, ya que la función desempeñada por el
universo es rebotar los pensamientos positivos o negativos que irradiamos hacia el
medio exterior.
Si la lectura serena y reflexiva de este artículo hace meditar (escuchar los sonidos que
emite nuestro yo, el auténtico, el verdadero), su objetivo fundamental estará
cumplido con creces.
Por último, no olvide que la COVID-19 es un fenómeno natural, no el resultado de un
engendro bacteriogénico fabricado en un laboratorio neonazi y, mucho menos, un
castigo divino.
El célebre escritor francés Alejandro Dumas (padre), sentenció que la sabiduría
humana puede resumirse en tres palabras: confiar [en Dios y en la ciencia médica,
agrego yo], y esperar que se disipe la pandemia que nos flagela, con la misma
rapidez con que se desató. ¡Que así sea!
Me despido con una frase antológica del colega Reinaldo Taladrid, conductor del
popular espacio televisivo Pasaje a lo Desconocido: ahora, saque usted sus propias
conclusiones.
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